Ya no huele a pan en esta posada preciosa, salvo a la hora del desayuno, pero huele a jardín y suena a río. El hotel en que estamos fue el horno de pan que abasteció a buena parte de los valles bajos del Pas. Levantada en 1850, la casona tiene la que fue entrada de carros dando a la calle principal del pueblo, y junto al edificio disfruta de un gran jardín que termina en la ribera del Pas tras que recorramos un camino-escalinata por un bosquete de bambúes, bajando hacia el agua. Al final, envuelto en bambúes, un rellano sobre el precioso río, con un banco en el que pasar un rato diferente. Las siete habitaciones y el gran salón-biblioteca son pasto del blanco, que lo inunda todo, luz, alegría, vigas vistas, albas también, que no se pierda una candela que entre por las ventanas. María y Alejandro viven en el que fue el horno de la panadería, hoy convertido en su espacio familiar, contiguo al hotel, y su trato personal es un valor de esta Casa. Los desayunos se sirven en el comedor, un espacio acogedor en tonos ocres dando al jardín por un gran ventanal. Toda esta Cantabria que anuncia mar está a tiro de piedra de Castañeda, si bien éste es de esos hoteles acogedores que invitan a no hacer nada, y que Cantabria nos disculpe.