Paseando el centro de la Ciutadella que nos enamora pasamos junto al Tres Sants sin darnos cuenta. La integración de este hotel en su entorno es mimética. Pero a la vez camaleónica, pues basta cruzar el umbral de la puerta para entrar en un mundo de sueños, de paredes de frescos multicolores o de piedra vista de marés, piedra de cantera local omnipresente en la isla. En planta baja, una acogedora sala de lectura y un recoleto salón de te con chimenea con techos de bóveda antigua. En un nivel inferior, el comedor, dando a un precioso patio con palmera Washington, es el espacio de desayunos interminables en el tiempo. El café que acompaña a las ensaimadas pide leerse el periódico, un libro, ninguna prisa. En el sótano, abovedado, una piscina cromoterápica como aljibe medieval y un espacio para la sauna y los masajes son el espacio favorito para el final del día. En primera y segunda plantas, las habitaciones, todas distintas e inesperadas, son un ejercicio de imaginación, son parte de este sueño que remata la terraza, con vistas privilegiadas de la catedral y de todo el casco histórico. Es momento de escuchar las campanas de las iglesias, el batir de alas de los bandos de palomas o la discreta sirena del ferry que llega al puerto.