En los libros escolares de Geografía de España los niños de un tiempo nos aprendimos la silueta inconfundible de los Mallos de Riglos, una postal geológica. Pasan los años y si no eres de Huesca o frecuentas el Pirineo Aragonés ocurre que un día te alojas en este hotel, llegas de noche y al amanecer tu libro de infancia regresa como magdalena de Proust, y allí están los Mallos, dándote los buenos días. Y te sientes como en casa, es un déjà vu. Este hotel de nueva planta es un escaparate al pre-Pirineo, y por dentro muestra el empeño por crear rincones cálidos que lucen omnipresencia de la piedra –nuestro refugio–, la madera –nuestra habitación abuhardillada– y el cristal –el paisaje–. Con una notable zona de aguas que da nombre al establecimiento. Y con un restaurante que rinde culto a la nueva cocina de siempre y a los vinos del Somontano, que son bandera justificadísima. Desde nuestra habitación se contempla la Hoya de Huesca y casi el lecho del río Gállego al pie de las moles de roca, invitando a descubrir esta comarca intensa.