Escucha uno Alto Aragón y dibuja en la mente paredes verticales, silueta de quebrantahuesos, paisajes inconfundibles de Huesca. Camino hacia todo eso, camino hacia Formigal y Panticosa, se llega al Valle de Tena, un capricho de paisaje en el que brilla con luz propia El Privilegio de Tena, un testigo de sus tiempos. Y decimos sus porque han sido varios. El tiempo en que fue abadía, en el siglo XV, el tiempo en que fue casa regia sobre los muros de la primera –XVII a XX–, el tiempo en que mudó en hotel, que es lo que nos ocupa. Y de esta época presente, que rinde pleitesía a su historia en el entorno –piedra, madera y pizarra– y a la modernidad en forma de spa con vistas, habitaciones divinas y tecnología, es fácil coincidir en que El Privilegio de Tena es lo que los franceses llaman un fleuron, un referente, una idea favorita, un hotel para volver.
Hay mucho de gestión familiar en este templo de la Buena Vida. El ojo del amo engorda al caballo, dice el proverbio, con verbo tosco. Pero si lo suavizamos nos sirve para ilustrar ese éxito, ese saber hacer, ese ambiente de calidad en el que nos movemos desde que llegamos a El Privilegio. Anabel y Juan Ignacio no son omnipresentes, pero ahí la maestría. La impronta es discreta y sabemos que nuestros días en esta gran Casa de Tramacastilla de Tena serán para el recuerdo. Y para volver.