Hervás vive sumido en el sueño del mito y realidad de ser la mayor judería de España. El mito es fuerza poderosa, y llegamos a nuestro hotel, un edificio de mediados del XIX vecino del antiguo convento de los Trinitarios Descalzos, que hoy es sólo iglesia y que con su ambiente nos invita a vivir intensamente la calma de este pueblo histórico en el Valle del Ambroz, paralelo al del Jerte y no muy lejos de las también míticas Hurdes. Pero este ambiente de El Jardín del Convento se nos antoja mágico, y el jardín que le da nombre podría ver florecer plantas encantadas, porque resulta hipnótico contemplar esta foresta verde en la parte alta del pueblo, desde nuestra ventana o desde el comedor acristalado, que se abre al aire cuando llega la calor. En verano es la gloria del desayuno con vistas a frutales, laureles, flores de cultivo, envueltos por trinos mañaneros de todo tipo de pájaros. En invierno es el gusto del calor de la casa frente al jardín mojado de rocío. No es éste un hotel con pretensiones, y en su sencillez exquisita nos encontramos felices. Eso es en el empeño logrado de Carlos, Julia y Amós, que cuidan de su casa muy centenaria con mimo. Basta contemplar un desayuno en el que la fruta de temporada luce fresca y en forma de mermeladas elaboradas por ellos en la casa con evidente cariño. Son la producción del propio huerto: calabazas, tomates, ciruelas, peras, cerezas y melocotones llenan los tarros y piden, como el jamón, una rebanada de candeal que al tostar llena de aroma la estancia. Una rareza del desayuno es el polen fresco, que recoge un apicultor del pueblo. Se deshace en la boca, con todo su aroma. Son una gloria las habitaciones con terraza, sobre el jardín y el valle. Y un privilegio la casita del jardín, envuelta en verdes.