Bajando la Ruta del Cares hacia el mar de San Vicente de la Barquera estamos a poco de descubrir un espacio hotelero singular, en tierra llana, en Cabezón de la Sal. El Jardín de Carrejo lleva el nombre de su pedanía, y por sus dimensiones diríamos que no hay otro jardín en Carrejo que éste, pues parece por sus dimensiones un parque público con solera en el que se suceden los árboles de gran porte como sequoyas y cedros –sin olvidar alguna palmera Washington tan propias en las casas de indiano de este norte– y en el que nos llama la atención el sistema de piscinas de piedra que en tiempos fueron piscifactoría y “fábrica de luz”, con sus canales y compuertas, una hermosa arqueología industrial. Cruza la finca el cauce del río Sajón regando esta parcela de tres hectáreas que también luce olmos, arces, acebos, nogales, abedules y tilos, con una senda de 800 metros para el paseo. Y entre tanto verde, la casa principal, de 1881, en mampostería típica de la zona, que en tiempos fue la vivienda de los guardeses de la finca, cuadra y pajar, nos sorprende con habitaciones modernas, espacios de vanguardia y calor de chimenea. Un espacio impecable que desde su apertura ha sido “hotel sin humos” luciendo la filosofía de vida sana que se respira en todo el conjunto. La decoración del hotel ha sido diseñada expresamente para él, realizada por ebanistas de la zona en maderas de Nogal y Castaño, y de las paredes cuelgan obras de grandes fotógrafos contemporáneos españoles como Chema Madoz, Garcia Alix, Ciuco Gutierrez y otros. En otra zona de la finca, donde estuvo el gallinero, brotan hoy dos suites cúbicas especialmente cómodas para clientes con movilidad reducida, dando contraste de modernidad a este gran jardín más que centenario. El porche del edificio principal, con vistas al jardín y al abrigo de una eventual lluvia, es un rincón favorito.