En Menorca quedaron muchas cosas buenas del periodo británico, siglo XVIII, en el paisaje –liberal del este, feudal del oeste–, en la arquitectura –las ventanas de guillotina en las casas típicas, los llocs-, en la cultura del caballo –la preciosa raza menorquina, mezcla de árabe e inglés– y en una cierta estética de los espacios.
Biniarroca se nos antoja una de las herencias de esa mezcla fantástica de los estilos mediterráneo y británico, un rincón escondido en el campo de Sant Lluís que de la mano de la artista Sheelagh Ratliff comparte espacios del pasado –el jardín romántico, la propia casa y más de la mitad de las decoraciones– y espacios contemporáneos –la sala de exposiciones, la recoleta boutique, surtida con acierto– y ambos combinando detalles que diríamos british, románticos, cool y hasta ad lib. Como la presentación de las mesas del restaurante, rincones del hotel decorados con gracia personal o la preciosa piscina, donde cuatro vestales en piedra rematan las cuatro esquinas. Luciendo los mohos de una edad bien llevada, quedan perfectas, envueltas por buganvillas y trepadoras viejas, en un suelo de piedra de marés que preside todo el ambiente.
Esta es una piscina para el disfrute personal y la privacidad, y las tumbonas casi se esconden bajo las pérgolas. Nosotros nos escondemos del mundo en este feudo de la calma y del art de vivre.